Entrevista a Ismael Vargas, un capataz de otra época.
Ismael Vargas es de esas personas que ya no quedan, con valores que
la euforia de nuevos ricos arrasó. Basta un par de horas de charla con
él para intuir que se está ante un señor con los pies en el suelo, que
pone tierra de por medio cuando se habla de modas y rechaza cualquier
tipo de protagonismo, más si cabe dentro del mundo cofrade. Alguien que
sin la necesidad de pertenecer a un linaje familiar y sin más apoyos que
su propia intuición, ha obtenido la cátedra en esta complicada
asignatura de guiar los pasos por las calles de Sevilla con una
sobriedad propia de otra época. Este veterano de la Semana Santa abre de
par en par cuarenta años de su vida sin trampa ni cartón.
-¿Qué queda de ese chaval que con 21 años formó la primera cuadrilla de hermanos costaleros del Cachorro?
-Era un chaval con mucha ilusión, poca experiencia y arrojado. Lo
único que queda de entonces es la ilusión de seguir haciendo lo que me
gusta. Ya no me pongo nervioso delante de un paso, soy muy tranquilo y
esa calma antes no la tenía por la falta de experiencia, pero después de
cuarenta años ya me dirás…
Hay que situar los inicios de este capataz en la «transición» de la
Semana Santa. A principios de los 70 se dan dos circunstancias: la
escasez cada vez mayor de cargadores profesionales y la inquietud de
aquella juventud cofrade por ocupar las trabajaderas de los pasos. El
impulso definitivo de Ismael Vargas, hermano del Cachorro desde los seis
años, vino de la cofradía vecina de la calle Castilla. «Una vez que los
hermanos de La O sacaron el paso de Cristo nos dijimos, por qué no
creamos nosotros una cuadrilla y ponemos al Cachorro en la calle». Ese
mismo año, en abril del 75, comenzó a ensayar con la parihuela del paso
de palio y con apenas 18 costaleros bajo ella. La junta de gobierno de
entonces desconfiaba de la capacidad de ese grupo de jóvenes para llevar
al Cachorro a la Catedral. «Reunimos a gente de aquí y de allí para
completar el paso, hicimos una prueba con la junta de gobierno presente
dentro de la capilla y a partir de ese día empezamos a ensayar con el
paso de Cristo. Esa Semana Santa -la del 76- nos echamos a la calle por
primera vez», señala.
-¿Cómo se las ingenió para completar las trabajaderas si no pasaban de una veintena de costaleros?
-En esos tiempos no se exigía como ahora ser hermano de la cofradía
para ser costalero. En el paso de Cristo hemos tenido costaleros de
Pasión y de la Candelaria. En la trasera llevábamos a todo el equipo del
Patín Claret. El entrenador se ponía conmigo como una fiera -asegura
entre risas-, porque me decía que los tenía agotados para los partidos.
La mitad del palio, cuya cuadrilla formalizamos un año después, estaba
compuesta por costaleros de la trasera del paso de Cristo de San Gonzalo
y también había gente de la Lanzada. Teníamos un popurrí curioso,
aunque la base era del Cachorro. Muy diferente a lo que ocurre hoy…
-Ahora los jóvenes rivalizan por hacerse costaleros a toda
costa y casi que se venera esta figura, hasta el punto de que incluso se
organizan desfiles de moda…
-Eso es pasarse de la raya, es totalmente innecesario. El costalero
era antes un hombre que cuando salía de su trabajo en el muelle se
aseaba con una palangana, se ponía la ropilla de faena y se metía debajo
del paso, dormía escasamente tres horas y volvía a trabajar. A un
costalero, que no solía salirse del paso porque antes apenas se hacían
relevos, si entraba en un bar a tomarse una cerveza se le hacía un
cerco. Hoy estamos deseando que salga para que se roce con nosotros o
tocarlo porque parece que así nos están bendiciendo. Se enaltece al
costalero demasiado. Ser costalero es un oficio y debe hacer su trabajo
sin llamar la atención. Ahora el costalero se mete debajo del paso por
ser protagonista de algo y no por la devoción a la imagen que lleva.
-¿En esto de llamar la atención entra la moda de las tirantas y los tatuajes?
-Totalmente. Antiguamente, los costaleros se ponían una camisa de
manga larga y hacía el mismo calor que hoy. Al que lleva tatuajes le
encanta ponerse una camiseta de tirantas, no sé si es que el hombre se
verá bonito… A los míos les digo que no me importa que vayan con
tirantas si así van a estar más cómodos, pero al salirse del paso tienen
que ponerse una camisa o una sudadera.
-¿Echó alguna vez por esta razón a algún costalero?
-Tuve un caso en la Lanzada. Aquello no era una camiseta de tirantas,
parecía que iba en cueros con escotes por todos lados, y lo mandé para
su casa.
Mesura al andar
Ese afán por pasar desapercibido lo extiende también a la forma de
llevar las imágenes. Admite los cambios finos y bien hechos, aunque no
los ponga en práctica. «Llevo los pasos como se ha hecho siempre. Hoy se
exige que cada vez que se levante un paso se toque una marcha y se
aguante entera. Eso es una cosa y otra lo que se ve hoy. Algunos se
pasan de baile. No estoy a favor de los cambios exagerados», afirma.
Pero si hay un paso que sí debe llevar su gracia y cierto movimiento, a
su juicio, es el paso de palio.
–La tendencia actual de algunos capataces es de inmovilizar los pasos de palio, ¿cómo lo ve usted?
-Los palios se están tocando innecesariamente. Hay pasos que se
mueven de una forma excesiva, pero lo que no puede ser es que el palio
se quede estático. Hay palios que da pena verlos, parecen carrillos de
helados.
Una larga trayectoria
Durante estos cuarenta años Ismael Vargas tiene en su haber, además
de las del Cachorro, formar cuadrillas de hermanos costaleros en otras
hermandades. Lo hizo en la Lanzada en el 79. Aunque ese mismo año
dejaría esta corporación, a la que volvió en 1993 para quedarse. En 1979
también fundó las cuadrillas de la Redención, pasos que guió hasta la
Catedral hasta 2014. Desde 1994 a 1996 llevó el paso de los Caballos, y
de 1990 a 1999, el de la Virgen del Subterráneo de la Cena. Por otro
lado, Ismael Vargas siempre ha tenido especial devoción por las imágenes
de Gloria. Él fue el encargado de recuperar la Virgen de la Esperanza,
la Divina Enfermera, hermandad que casi había desaparecido pero que con
gran esfuerzo logró poner en la calle tras 16 años en el olvido. Sacó
también la Virgen del Juncal, el Corazón de Jesús de la Gran Plaza
-durante nueve años-, la Virgen del Amparo de la Magdalena y María
Auxiliadora de la Trinidad.
Y en cada una de sus salidas cuenta con costaleros que le son leales, algunos lo acompañan desde hace 37 años.
-Se entregan totalmente. Si les digo de frente y hay una pared delante y ordeno que sigan, se suben por la pared.
-¿Tiene a costaleros jóvenes?
-Claro, son el futuro. Mis cuadrillas no son demasiado jóvenes. Al
jovencito lo voy metiendo poco a poco, que vaya cogiendo experiencia
tanto en la forma de trabajar como en el comportamiento que tienen que
tener. Hay que echarle una manita por encima porque llegan como entré
yo, con mucho nervio. Ellos saben que los tengo ahí, los voy metiendo en
los ensayos para que aprendan de los veteranos, hasta que llega el
momento en que están preparados. Las prisas no son buenas, y esto es
aplicable a costaleros y capataces.
-¿Ha pensado hacer algo especial por sus cuarenta años el Viernes Santo?
-No sé qué se presentará, pero si surge será de forma espontánea, no
como esos pregones que se largan en la Campana cada vez que se va a
levantar un paso. Ese discurso lo lleva el capataz más que estudiado.
Creo que está fuera de lugar hablar para los micrófonos en un lugar
concreto. Si hago alguna mención o quiero decirle algo a mi cuadrilla lo
haré como siempre, antes de salir, cuando ya quedan muy pocos nazarenos
en la capilla, me echo el faldón por encima y les hablo, bajito, sin
necesidad de que nadie se entere, eso es algo entre mi cuadrilla y yo.
Incluso cuando voy por la calle me mantengo en esa postura, sin dar
voces, no es necesario.
Fuente: AGUILAR, Cristina. Ismael Vargas, un capataz de otra época. Pasión en Sevilla. ABC. [en línea], [5/02/2016], http://sevilla.abc.es/pasionensevilla/actualidad/noticias/ismael-vargas-un-capataz-de-otra-epoca-71221-1425704430.html
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